Página 18 de 166
Michael, cuando yo tenía tu edad me tomaba las medicinas sin rechistar. Decía: «Gracias, queridos padres, por darme remedios para ponerme bien.»
Él se creía de verdad que esto era cierto y Wendy, que ya estaba en camisón, también lo creía y dijo, para animar a Michael:
-Papá, esa medicina que tú tomas a veces es mucho peor, ¿verdad?
-Muchísimo peor -dijo el señor Darling con gallardía-, y me la tomaría ahora mismo para darte un ejemplo, Michael, si no fuera porque he perdido el frasco.
No lo había perdido exactamente: se había encaramado en medio de la noche a lo alto de un armario y lo había escondido allí. Lo que no sabía era que la fiel Liza lo había encontrado y lo había vuelto a colocar en el estante de su lavabo.
-Yo sé dónde está, papá -exclamó Wendy, siempre feliz por ser útil-. Te lo traeré.
Y salió corriendo antes de que pudiera detenerla. Al instante se le bajaron los humos de una forma curiosísima.
-John -dijo, estremeciéndose-, es un potingue asqueroso. Es esa cosa horrible, dulzona y pegajosa.
-Será cosa de un momento, papá -dijo John alegremente y entonces entró Wendy corriendo con la medicina en un vaso.
-Me he dado toda la prisa que he podido -dijo jadeando.
-Has sido maravillosamente rauda -contestó su padre, con una cortesía vengativa que a ella le pasó inadvertida.
-Primero Michael -dijo obstinado.
-Primero papá -dijo Michael, que era de natural desconfiado.
-Me voy a poner malo, ¿sabes? -dijo el señor Darling en tono amenazador.
-Vamos, papá -dijo John.
-Tú cállate, John -le espetó su padre. Wendy estaba muy desconcertada.
-Yo creía que no te costaba tomarla, papá.