Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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En realidad no tenía ni idea; sólo tenía sospechas, pero dijo a la ventura:
-Wendy, me escapé el día en que nací.
Wendy se quedó muy sorprendida, pero interesada y le indicó con los elegantes modales de salón, tocando ligeramente el camisón, que podía sentarse más cerca de ella.
-Fue porque oí a papá y mamá -explicó él en voz baja-, hablar sobre lo que iba a ser yo cuando fuera mayor.
Se puso nerviosísimo.
-No quiero ser mayor jamás -dijo con vehemencia-. Quiero ser siempre un niño y divertirme. Así que me escapé a los jardines de Kensington y viví mucho, mucho tiempo entre las hadas.
Ella le echó una mirada de intensa admiración y él pensó que era porque se había escapado, pero en realidad era porque conocía a las hadas. Wendy había llevado una vida tan recluida que conocer hadas le parecía una maravilla. Hizo un torrente de preguntas sobre ellas, con sorpresa por parte de él, ya que le resultaban bastante molestas, porque lo estorbaban y cosas así y de hecho a veces tenía que darles algún cachete. Sin embargo, en general le gustaban y le contó el origen de las hadas.
-Mira, Wendy, cuando el primer bebé se rió por primera vez, su risa se rompió en mil pedazos y éstos se esparcieron y ése fue el origen de las hadas.
Era una conversación aburrida, pero a ella, que no conocía mucho mundo, le gustaba.
-Y así -siguió él afablemente-, debería haber un hada por cada niño y niña.
-¿Debería? ¿Es que no hay?
-No. Mira, los niños de hoy en día saben tantas cosas que dejan pronto de creer en las hadas y cada vez que un niño dice: «No creo en las hadas», algún hada cae muerta.

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