Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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-Ya sé que querías ser amable -dijo, ablandándose-, así que me puedes dar un beso.
Se había olvidado momentáneamente de que él no sabía lo que eran los besos.
-Ya me parecía que querrías que te lo devolviera -dijo él con cierta amargura e hizo ademán de devolverle el dedal.
-Ay, vaya -dijo la amable Wendy-, no quiero decir un beso, me refiero a un dedal.
-¿Qué es eso?
-Es como esto. Le dio un beso.
-¡Qué curioso! -dijo Peter con curiosidad-. ¿Te puedo dar un dedal yo ahora?
-Si lo deseas -dijo Wendy, esta vez sin inclinar la cabeza. Peter le dio un dedal y casi inmediatamente ella soltó un chillido.
-¿Qué pasa, Wendy?
-Es como si alguien me hubiera tirado del pelo.
-Debe de haber sido Campanilla. Nunca la había visto tan antipática.
Y, efectivamente, Campanilla estaba revoloteando por ahí otra vez, empleando un lenguaje ofensivo.
-Wendy, dice que te lo volverá a hacer cada vez que yo te dé un dedal.
-¿Pero por qué?
-¿Por qué, Campanilla?
Campanilla volvió a replicar:
-Cretino.
Peter no entendía por qué, pero Wendy sí y se quedó un poquito desilusionada cuando él admitió que había venido a la ventana del cuarto de los niños no para verla a ella, sino para escuchar cuentos.
-Es que yo no sé ningún cuento. Ninguno de los niños perdidos sabe ningún cuento.
-Qué pena-dijo Wendy.
-¿Sabes -preguntó Peter-, por qué las golondrinas anidan en los aleros de las casas? Es para escuchar cuentos. Ay, Wendy, tu madre os estaba contando una historia preciosa.
-¿Qué historia era?
-La del príncipe que no podía encontrar a la dama que llevaba el zapatito de cristal.

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