Peter Pan (J.M. Barrie) Libros Clásicos

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Wendy, John y Michael se pusieron de puntillas en el aire para echar su primer vistazo a la isla. Es extraño, pero todos la reconocieron al instante y mientras no los invadió el miedo la estuvieron saludando no como a algo con lo que se ha soñado mucho tiempo y por fin se ha visto, sino como a una vieja amiga con quien volvían para pasar las vacaciones.
-John, ahí está la laguna.
-Wendy, mira a las tortugas enterrando sus huevos en la arena.
-Oye, John, veo a tu flamenco de la pata rota.
-Mira, Michael, allí está tu cueva.
-John, ¿qué es eso que hay en la maleza?
-Es una loba con sus cachorros. Wendy, estoy seguro de que ése es tu lobezno.
-Ahí está mi barca, John, con los costados llenos de agujeros.
-No, no lo es. Pero si quemamos tu barca.
-Pues de todas formas lo es. Oye, John, veo el humo del campamento piel roja.
-¿Dónde? Enséñamelo y te diré por cómo se retuerce el humo si están en el sendero de la guerra.
-Allí, justo al otro lado del Río Misterioso.
-Ya lo veo. Sí, ya lo creo que están en el sendero de la guerra.
Peter estaba un poco molesto con ellos por saber tantas cosas, pero si quería hacerse el amo de la situación su triunfo estaba al caer, pues ¿no os he dicho que no tardó en invadirlos el miedo?
Llegó cuando se fueron las flechas, dejando la isla en penumbra.
Antes, en casa, el País de Nunca Jamás siempre empezaba a tener un aire un poco oscuro y amenazador a la hora de irse a la cama. Entonces surgían zonas inexploradas que se extendían, en ellas se movían sombras negras, el rugido de los animales de presa era muy distinto entonces y, sobre todo, uno perdía la seguridad de que iba a ganar.

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