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-Pues me parece -gruñó John-, que son las dos únicas cosas que vale la pena hacer.
Entonces se llevó un pellizco, pero no cariñoso.
-Si al menos uno de nosotros tuviera un bolsillo -dijo Peter- la podríamos llevar con él.
Sin embargo, habían salido con tantas prisas que ninguno de los cuatro tenía un solo bolsillo.
Se le ocurrió una buena idea. ¡El sombrero de John!
Campanilla aceptaría viajar en sombrero si lo llevaban en la mano. John se hizo cargo de ello, aunque ella había tenido la esperanza de que la llevara Peten Al poco rato Wendy cogió el sombrero, porque John decía que le daba golpes en la rodilla al volar y esto, como veremos, trajo dificultades, pues a Campanilla no le gustaba nada deberle un favor a Wendy.
En la negra chistera la luz quedaba completamente oculta y siguieron volando en silencio. Era el silencio más absoluto que habían conocido jamás, roto sólo por unos lametones lejanos, que según explicó Peter lo producían los animales salvajes al beber en el vado y también por un ruido rasposo que podrían haber sido las ramas de los árboles al rozarse, pero él dijo que eran los pieles rojas que afilaban sus cuchillos.
Incluso estos ruidos acababan por apagarse. A Michael la soledad le resultaba espantosa.
-¡Ojalá se oyera algún ruido! -exclamó.
Como en respuesta a su petición, el aire fue hendido por la explosión más tremenda que había oído en su vida. Los piratas les habían disparado con Tom el Largo.
El rugido resonó por las montañas y los ecos parecían gritar salvajemente:
-¿Dónde están, dónde están, dónde están?
De esta forma tan violenta descubrió el aterrorizado trío la diferencia entre una isla inventada y la misma isla hecha realidad.