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-¿Una dama? -dijo Lelo y se echó a temblar.
-Y la hemos matado -dijo Avispado con voz ronca. Todos se quitaron los gorros.
-Ahora lo entiendo -dijo Rizos-, nos la traía Peter. Se tiró al suelo desconsolado.
-Una dama para cuidarnos por fin -dijo uno de los gemelos-, y tú la has matado.
Sentían pena por él, pero más por ellos mismos y cuando él se acercó un poco más a ellos le volvieron la espalda. Lelo estaba muy pálido, pero ahora tenía un aire de dignidad que antes nunca había aparecido en él.
-Yo lo he hecho -dijo, reflexionando-. Cuando se me aparecían señoras en sueños, yo decía: «mamaíta, mamaíta.» Pero cuando por fin llegó de verdad la maté.
Se alejó despacio.
-No te vayas -lo llamaron apenados.
-Tengo que hacerlo -contestó él, temblando-, tengo mucho miedo de Peter.
En este trágico instante oyeron un ruido que les puso a todos el corazón en un puño. Oyeron a Peter graznar. -¡Peter! -gritaron, pues siempre anunciaba así su regreso.
-Escondedla -susurraron y se agruparon rápidamente en torno a Wendy. Pero Lelo se quedó aparte.
Se oyó otra vez aquel sonoro graznido y Peter se posó delante de ellos.
-Saludos, chicos -exclamó y ellos saludaron maquinalmente y de nuevo se hizo un silencio.
Él frunció el ceño.
-He vuelto -dijo con vehemencia-. ¿Por qué no os animáis?
Ellos abrieron la boca, pero no les salían los gritos de júbilo. Él lo pasó por alto por la prisa de darles las maravillosas nuevas.
-Grandes noticias, chicos -exclamó-. Por fin he traído una madre para todos vosotros.
El silencio continuó, salvo por un golpecito sordo producido por Lelo al caer de rodillas