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cuadros encima y hallándose depositado, sobre ese cuadro de cordeles de
paja cruzados, un gran montón de paja suelta, que daba sombra siquiera a
su desvalido propietario. Ese hombre no tenía muebles de ninguna clase; su
asiento era un trozo de roca algo cuadrado; ese hombre no tenía compañero;
en las inmediaciones no se han hallado ni otras cabañas, ni otros
cadáveres. Ese hombre, ha sido, al parecer, repentinamente privado de la
vida: ha sido hallado sentado, con su mano apoyando su cabeza, con su
lengua alargada de la boca, como el hombre que se ahoga, que busca el
ambiente y no lo halla, como si fuera una victima de Pompeya o Herculano,
como la víctima, quizás, de materias mefíticas esparcidas por la
atmósfera, y que han podido sofocar, privar de la vida, a seres vivientes
en esos campos. Plinio y los historiadores contemporáneos, nos han
referido los cataclismos que arruinaron Pompeya y Herculano. Las Américas
no han tenido esos Plinios. Las razas de la momia antigua, y los
fabricantes de Tiahuanaco, etc., han desaparecido de la tierra sin dejar
historiadores de sus hazañas, de su pasajera existencia. Los hombres que
vivían en esos territorios, quizás idearon dejar recuerdos de su
existencia en los jeroglíficos de los cerros Pintados al Sur de la Noria,
gravados en las rocas en esa localidad: ¿quién los descifra? ¿Dónde está
ese Champollión moderno, que lea esos relatos, esas palabras, que dé
alguna luz sobre la oscuridad de esos tiempos? ¿Quién sabe de dónde
vinieron [75] esos pobladores de nuestra patria? Bellas teorías,