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Pero tampoco se puede negar que, de cuando en cuando, una buena oca al horno es un verdadero placer. No comiendo demasiada y usando su jugo para dar sabor a algunos trozos de pan y a la polenta de farro, una oca puede hacer feliz a una familia durante tres o cuatro comidas. Los días en que no se come carne, y son bastantes, tenemos las castañas ya sean frescas o secas. Asadas en la sartén sobre los trébedes y regadas con vino tinto, cuando el calor empieza a abrirlas, son muy buenas. Pero mejor aún son las hervidas con hinojo silvestre. Peladas aún calientes, con una buena taza de leche recién ordeñada, ni siquiera el abad de Bobbio las desdeñaría. Mientras se acercaban al pueblo, micer Jacopo Trotti y maese Stefano advirtieron, entre las numerosas casuchas, algunas hermosas viviendas de antiguas familias, como los Montemerlo y los Opizzone. Pero eran pocas. Abundaban, en cambio, las iglesias y conventos, que poseían buena parte de los campos y los pastos de la vega. -¿ Cuántas tabernas decentes hay en el burgo? -inquirió el Embajador, que estaba muy preocupado por su cena. -En el pueblo tenemos dos tabernas donde se puede comer queso de Cerdeña, salchichas y longanizas a la brasa y donde también se puede beber un buen vinillo local. Para hacer venir la sed siempre hay prepa- radas unas escudillas grandes con altramuces cocidos y salados, y conocido es que cuando se comienza con uno no se acaba nunca. -Maese Anselmo estaba de veras muy orgulloso de las tabernas locales-. A veces se encuentran también unas deliciosas patas de gallina tostadas, que se comen con una salsa de pimienta y mostaza muy picante.