Página 8 de 8
No debo omitir tampoco el hecho de que la aparición que designo con la expresión "el hombre asesinado" no fijó ni una vez la vista en el criminal. Yo me preguntaba repetidamente: "¿Por qué no le mira?" Pero no lo miró.
Tampoco me miró a mí, desde el día en que se mostró la miniatura, hasta los últimos minutos de la vista, ya conclusa del todo la causa. Nos retiramos a estudiarla a las diez menos siete minutos de la noche. El estúpido sacristán y sus dos amigos nos originaron tantas complicaciones, que hubimos de volver dos veces a la sala para pedir que se nos releyesen los extractos de las notas del juez instructor. Ninguno de nosotros, y creo que nadie en la sala, tenía la menor duda sobre aquellos pasajes, pero el testarudo triunvirato, que no se proponía más que obstruir, discutía sobre ellos sólo por esta razón. Al fin prevaleció el criterio de los demás y el jurado volvió a la sala a las doce y diez.
Esta vez el muerto permanecía de cara al jurado en el extremo opuesto de la sala. Cuando me senté, sus ojos se fijaron en mí con gran detenimiento. El examen pareció dejarle satisfecho, porque a continuación extendió lentamente, primero sobre su cabeza y luego sobre toda su figura, un amplio velo gris que llevaba al brazo por primera vez.
Cuando yo emití nuestro veredicto de culpabilidad, el velo se desdibujó, todo desapareció ante mis ojos, y el lugar que ocupaba el hombre asesinado quedó vacío.
El asesino, interrogado por el juez, como de costumbre, acerca de si tenía algo que alegar antes de que se pronunciase la sentencia, murmuró algunas confusas palabras que los periódicos del día siguiente calificaron de "breves frases titubeantes, incoherentes y casi ininteligibles, en las que pareció entenderse que se lamentaba de no haber sido condenado con justicia, ya que el presidente del jurado estaba predispuesto contra él". Pero la extraordinaria declaración que el acusado hizo en realidad fue ésta:
- Señoría; me constaba que yo era hombre perdido desde que vi sentarse en su puesto al presidente del jurado. Me constaba Señoría, que no permitiría que saliese libre, porque, antes de que me detuviesen, él, no sé cómo, penetró una noche en mi habitación, se acercó a mi cama, me despertó y me pasó una cuerda alrededor del cuello