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«caminan» por caminos trillados. Sucede, por ejemplo, que en una determinada
habitación de un cierto salón antiguo en donde se suicidó un malvado lord,
barón, o caballero, hay en el suelo algunas tablas de las que no se puede borrar
la sangre. Raspas y raspas, como el actual dueño ha hecho, o cepillas y
cepillas; como hizo su padre, o friegas y friegas, como hizo su abuelo, o quemas
y quemas con ácidos fuertes, como hizo el bisabuelo, pero la sangre seguirá
estando allí, ni más roja ni más pálida, ni en mayor ni en menor cantidad;
siempre igual. En otra de esas casas hay una puerta encantada que nunca se
abrirá; u otra que nunca se cerrará; o un sonido de una rueda de hilar, o un
martillo, o unos pasos, o un grito, o un suspiro, un galope de caballos o el
rechinar de unas cadenas. O hay un reloj que a medianoche da trece campanadas
cuando va a morir el cabeza de familia, o un carruaje sombrío, negro e inmóvil
que ve siempre en esos momentos alguien que aguardaba cerca de las amplias
puertas del patio del establo. O sucede, como en el caso de Lady Mary, que fue a
visitar una casa situada en los Highlands escoceses, y como estaba fatigada por
su largo viaje se retiró pronto a la cama y a la mañana siguiente dijo con toda
inocencia en la mesa del desayuno:
-¡Me resultó muy extraño que celebraran una fiesta a una hora tan tardía anoche
en este remoto lugar y no me hablaran de ella antes de que me acostara!
Entonces todos preguntaron a Lady Mary lo que quería decir. Y ésta contestó:
-Bueno, anoche todo el tiempo oí carruajes que daban vueltas y más vueltas
alrededor de la terraza, bajo mi ventana.
Entonces el dueño de la casa se puso pálido, lo mismo que su señora, y Charles
Macdoodle de Macdoodle hizo señas a Lady Mary de que no dijera más, y todos
guardaron silencio. Tras el desayuno, Charles Macdoodle le contó a Lady Mary que
según una tradición de la familia era un presagio de muerte que los carruajes
dieran vueltas por la terraza. Y así fue, pues dos meses más tarde moría la
señora de la casa.