La ruina de Londres (Robert Barr) Libros Clásicos

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No quería saber de nada más que una entrevista con Sir John Brixton. Le dije que era imposible porque Sir John estaba extremadamente ocupado, pero que, si me planteaba el asunto que lo traía, yo lo expondría a Sir John en la primera oportunidad propicia. El norteamericano vaciló y terminó por aceptar lo inevitable. Dijo ser el inventor de una máquina que revolucionaría la vida en Londres, y que quería que FuIton, Brixton & Co. fuesen los concesionarios de la misma. La máquinas que tenía con él en una valijita y era de metal blanco, y estaba diseñada de manera tal que haciendo girar una aguja emitía diferentes volúmenes de oxígeno. Según entendí, el gas estaba almacenado en el interior en forma líquida, a gran presión, y duraría, si es que recuerdo bien, seis meses sin necesidad de recarga.
Había también un tubo de goma con una boquilla acoplada Y el norteamericano dijo que si un hombre aspiraba diariamente unas cuantas bocanadas experimentaría resultados benéficos. Ahora bien, yo sabía que no tenía sentido alguno mostrar la máquina a Sir John porque nosotros comerciábamos con aparatos británicos tradicionales y jamás con ningún inventor yanqui recién aparecido. Además, Sir John tenía prejuicios contra los norteamericanos, y yo estaba seguro de que el hombre aquel lo exasperaría, ya que era un espécimen en extremo cadavérico de la raza, de entonación en extremo nasal y pronunciación deplorable y muy dado a frases de tono lunfardos y mostraba además cierta conducta de familiaridad excitada respecto de las personas para las cuales era completamente desconocido. Me resultaba imposible permitir que un hombre así llegara a presencia de Sir John Brixton, y cuando regresó, algunos días después, le expliqué, confío que cortésmente, que el principal de la firma lamentaba mucho no poder considerar la propuesta respecto de la máquina.

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