La ruina de Londres (Robert Barr) Libros Clásicos

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La entrevista me angustió sobremanera, mientras permanecía allí impotente, sabiendo que Sir John se enfurecía más y más a cada palabra pronunciada por el desconocido; pero al fin conseguí llevarme al inventor y su obra a mi propia oficina y cerrar la puerta. Tuve la sincera esperanza de no volver a ver al norteamericano, y mi deseo fue concedido. Insistió en poner en marcha la máquina y dejarla en un estante de mi oficina. Me pidió que la metiese en la oficina de Sir John en algún día de niebla y observase el efecto. Dijo que regresaría, pero nunca lo hizo.
6. De cómo el humo contuvo la niebla.
Fue un viernes cuando la niebla cayó sobre nosotros. El tiempo estuvo excelente hasta mediados de noviembre durante aquel otoño. La niebla no parecía tener nada de insólito. Yo había visto muchas nieblas peores de lo que parecía serlo aquélla. Pero a medida que un día seguía al otro la atmósfera se fue haciendo más densa y más oscura, a causa supongo, del volumen en aumento de humo de carbón que se le añadía. Lo peculiar de aquellos siete días fue la calma intensa del aire. Estábamos, aunque no lo sabíamos, bajo un dosel a prueba de aire, y agotábamos lenta aunque seguramente el oxígeno vital que nos rodeaba y lo reemplazábamos con letal ácido carbónico. Los hombres de ciencia han demostrado desde entonces que un sencillo cálculo matemático Podría habernos dicho con exactitud cuándo se consumiría el último átomo de oxígeno, aunque resulta fácil hablar después que han sucedido las cosas. El cuerpo del matemático más grande de Inglaterra se encontró en el Strand. Llegó aquella mañana desde Cambridge. Había siempre durante una niebla un aumento señalado en la proporción de muertes, y en aquella ocasión el aumento no fue mayor que el habitual hasta el sexto día.

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