Entre sueños (Gustavo Adolfo Becquer) Libros Clásicos

Página 3 de 8

Me dormí, pero no tan profundamente que no siguiera escuchando como un rumor alternado y confuso el tric trac del reloj. Aquel monótono ruido debió influir en la visión de mi sueño, o al menos modificarla, como sucede a menudo con las sensaciones que se experimentan durante la noche.
La imaginación se apodera de estas sensaciones exteriores y, desfigurándolas y dándolas una forma extraña, las asimila a sus extravagantes desvaríos. Sólo así puedo explicarme la visión que tuve. Soñé que me encontraba en un campo inmenso; ante mis ojos se abría un horizonte dilatadísimo; ni una ligera nube empañaba el cielo, ni una línea pintoresca accidentaba el paisaje; todo era igual y monótono, todo verde a mis pies, todo azul sobre mi cabeza: una faja gris cortaba el fondo en el punto donde el suelo y el cielo parecían tocarse y confundirse. Una mujer hermosa pasó a mi lado; la hablé, y no me contestó, ni levantó siquiera los ojos de una flor que llevaba en las manos. Sino, sano, iba diciendo a medida que arrancaba las hojas de la flor, que era blanca y con el botón amarillo. Sí... no, sí... no, sí... no y de aquí no salía. Diríase que las hojas arrancadas tornaban a reproducirse en el instante, pues ella no cesaba de quitarle hojas a la flor, y a la flor siempre le quedaban algunas. No puede nadie formarse una idea de lo que me fatigaba una cosa tan sencilla. Porque lo particular del caso era que las hojas, al desprenderse, hacían un ruido particular, de modo que al mismo tiempo que la mujer decía si... no, sí... no, las hojas la acompañaban haciendo tric trac, tric trac.

Página 3 de 8
 

Paginas:


Compartir:




Diccionario: