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Con ésta va de tres veces que me coge por las patas y me mira y me remira columpiándome en el aire, dejándome luego, para proseguir en el animado diálogo que sostiene con nuestro conductor.
Por cuarta vez me ha cogido en peso y sin duda ha debido de distraerse con su conversación, pues me ha tenido cabeza abajo más de siete minutos.
El capricho de este buen señor comienza a cargarme.
¿Es esto una pesadilla horrible? ¿Estoy dormido o despierto? ¿Qué pasa por mí?
Ya hace más de un cuarto de hora que trato de sobreponerme al estupor que me embarga y no acierto a conseguirlo.
Me encuentro como si despertase de un sueño angustioso... Y no hay duda. He dormido o mejor dicho, me he desmayado.
Tratemos de coordinar las ideas. Comienzo a recordar confusamente lo que me ha pasado. Después de mucha conversación entre nuestro guía y el desconocido personaje, éste me entregó a otro hombre que me agarró por las patas y se me cargó al hombro.
Quise resistirme, quise gritar al ver que se alejaban mis compañeros; pero la indignación, el dolor y la incómoda postura en que me habían colocado ahogó la voz en mi garganta. Figuraos cuánto sufriría hasta perderlos de vista.
Luego me sentí llevado al través de muchas calles, hasta que comenzamos a subir unas empinadas escaleras que no parecían tener fin.
A la mitad de esta escala que podría compararse a la de Jacob por lo larga aun cuando no bajasen ni subiesen ángeles por ella, perdí el conocimiento.
La sangre, agolpada a la cabeza, debió producirme un principio de congestión cerebral.