Un tesoro (Gustavo Adolfo Becquer) Libros Clásicos

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Don Restituto estaba ya a punto de desertar de las banderas arqueológicas y el mesonero, a quien la idea de ser copartícipe del rebuscado tesoro había detenido hasta entonces, se disponía a marcharse, cuando el apóstol de la ciencia exhaló un grito de júbilo. Había tocado un objeto casi completamente cubierto por la tierra y que sólo dejó ver un asa.
Arrojar la azada lejos de sí, apresurarse a escarbar con las uñas para no exponerse a quebrar el precioso hallazgo, sacarlo a luz y exhibirlo triunfalmente a sus atónitos compañeros, todo fue obra de un instante.
¡He aquí! -exclamó en tono magistral-, he aquí un descubrimiento que paga con usura todos nuestros trabajos y fatigas; he aquí un utensilio figulino sobre el cual redactaremos una memoria que llenará de pasmo a las academias. Vea usted, señor don Restituto, vea usted qué carácter tan nuevo y tan extraño. No es el cado celtíbero ni el ánfora romana. Tiene puntos de contacto con la diota y no es una diota; puede hacerse pasar por una lagena y no es lagena del todo. ¡Qué barniz! ¡Qué esmalte! Estos objetos inopinadamente salidos del fondo de la tierra para recordarnos aquellos grandes y venturosos siglos son la vergüenza y la humillación de nuestra moderna historia. ¿Qué Sevres ni qué porcelana chinesca puede compararse a este maravilloso vaso, que no vacilo en calificar de etrusco a juzgar por las pinturas y las fajas verdes, amarillas y azules que lo decoran? ¡Ah, querido amigo don Restituto!, grande fortuna ha sido la nuestra al hacernos con este inapreciable fragmento; él solo bastará a labrarnos una reputación; pero, ¡cuán inmenso, cuán digno de envidia sería la del siete veces dichoso mortal que hubiera logrado poseer intacto este tesoro!

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