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Al mismo tiempo, las chalupas de setenta metros que serían instaladas a bordo estaban siendo acabadas. Cada una de ellas tenía sus propios motores de hiperimpulsión y podía viajar tan lejos y tan de prisa como el propio navío.
Otto Harkaman comenzaba a apegarse porque la nave seguía careciendo de nombre. No le gustaba tener que hablar de manera imprecisa diciéndola simplemente «El navío», y habían muchas cosas que precisarían todo el nombre marcado. Elaine, pensó Trask de inmediato y casi enseguida lo rechazó. No quería que se asociara el nombre de ella con las cosas que el navío tendría que hacer en la Antigua Federación. Venganza, Vengador, Retribución, Vendetta; ninguno de estos nombres lo atraía. Un comentador de noticias, mórbidamente elocuente sobre el «Némesis» que el criminal Dunnan había provocado contra sí mismo, lo suministró; Némesis, eso era.
Ahora estaba estudiando su nueva profesión de ladrón y asesino interestelar contra la que antaño hablara con repugnancia. El puñado de seguidores de Otto Harkaman se convirtió en sus maestros. Vann Larch, cañones y proyectiles dirigidos, que también era pintor; Guatt Kirbey, triste y pesimista, el astrogador hiperespacial que trataba de expresar su ciencia en música; Sharll Renner, el navegante del espacio del mal, y Alvyn Karffard, el ejecutivo, que llevaba con Harkaman más tiempo que nadie. Y sir Paytrik Morland, un recluta local, antiguo capitán de la guardia del conde Lionel de Newhaven, quien mandaba a los combatientes de tierra y a la contragravedad de combate. Utilizaron las granjas y pueblos de Traskon para prácticas de navegación y descenso y advirtió que mientras el Némesis llevaría sólo quinientos combatientes de tierra y aire, sobre un millar estaban siendo adiestrados.