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fundición, Pachi el cartero, el cabo de la Guardia Civil y algunos otros
de menor categoría y representación social.
Como parroquianos y además gente distinguida, nos sentábamos en la mesa
del centro.
Aquella noche era víspera de feria y, por tanto, martes. Supongo que nadie
ignorará que las ferias en Arrigotia se celebran los primeros miércoles de
cada mes; porque, al fin y al cabo, Arrigotia es un pueblo importante, con
sus sesenta y tantos vecinos, sin contar los caseríos inmediatos. Con
motivo de la feria había más gente que de ordinario en la venta.
Estaban jugando su partida de, tute el doctor y el maestro, cuando entró
la patrona, la obesa y sonriente Maintoni, y dijo:
--Oiga su merced, señor médico, ¿cómo siguen las hijas de Aspillaga, el
herrador?
--¿Cómo han de estar? Mal --contestó el médico incomodado--, locas de
remate. La menor, que es una histérica tipo, tuvo anteanoche un ataque, la
vieron las otras dos hermanas reír y llorar sin motivo, y empezaron a
hacer lo mismo. Un caso de contagio nervioso. Nada más.
--Y, oiga su merced, señor médico --siguió diciendo la patrona--, ¿es
verdad que han llamado a la curandera de Elisabide?
--Creo que sí; y esa curandera, que es otra loca, les ha dicho que en la
casa debe haber un duende, y han sacado en consecuencia que el duende es
un gato negro de la vecindad, que se presenta allí de cuando en cuando.
¡Sea usted médico con semejantes imbéciles!
--Pues si estuviera usted en Galicia, vería usted lo que era bueno --saltó