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--¿A quién? --pregunté yo, asustado.
--Al amo de esa casa blanca. Hace una media hora que está el médico ahí.
Pronto volverá.
Seguimos hablando, y al poco rato vimos venir al médico a caballo, y por
delante un criado con un farol.
--¿Y el enfermo, señor médico? --preguntó la vieja, saliendo al umbral del
cobertizo.
--Ha muerto --contestó una voz secamente.
--¡Eh! --dijo la vieja--; era o trasgo.
Entonces cogió un palo, y marcó en el suelo, a su alrededor, una figura
como la de los ochavos morunos, una estrella de cinco puntas. Su hijo la
imitó, y yo hice lo mismo.
--Es para librarse de los trasgos --añadió la vieja.
Y, efectivamente, aquella noche no nos molestaron, y dormimos
perfectamente...
Concluyó el buhonero de hablar, y nos levantamos todos para ir a casa.