La lucha por la vida I (Pío Baroja) Libros Clásicos

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A un lado de la puerta colgaba un trozo de cadena negruzco, que sólo
poniéndose de puntillas y alargando el brazo se alcanzaba; pero como la
puerta estaba siempre entornada, los huéspedes podían entrar y salir sin
necesidad de llamar.

Se pasaba dentro de la casa. Si era de día, encontrábase uno
sumergido en las profundas tinieblas; lo único que denotaba el cambio
de lugar era el olor, no precisamente por ser más agradable que el de la
escalera, pero sí distinto; en cambio, de noche, a la vaga claridad
difundida por una mariposa de corcho, que nadaba sobre el agua y el
aceite de un vaso, sujeto por una anilla de latón a la pared, se advertían,
con cierta vaga nebulosidad, los muebles, cuadros y demás trastos que
ocupaban el recibimiento de la casa.

Frente a la entrada había una mesa ancha y sólida, y sobre ella una
caja de música de las antiguas, con cilindros de acero erizados de
pinchos, y junto a ella una estatua de yeso: figura ennegrecida y sin
nariz, que no se conocía fácilmente si era de algún dios, de algún
semidiós o de algún mortal.

En la pared del recibimiento y en la del pasillo se destacaban cuadros
pintados al óleo, grandes y negruzcos. Un inteligente quizá los hubiese
encontrado detestables; pero la patrona, que se figuraba que cuadro muy
oscuro debía de ser muy bueno, se recreaba, a veces, pensando que
quizá aquellos cuadros, vendidos a un inglés, le sacarían algún día de
apuros.

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