La lucha por la vida I (Pío Baroja) Libros Clásicos

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como si la oposición sistemática de la Petra, que parecía gozar
impacientando al hombre, no fuera bastante para exasperar a
cualquiera. Siempre la Petra había sido así, voluntariosa, con apariencia
de humilde, de una testarudez de mula; en haciendo su capricho, lo
demás le importaba poco.

En vida del maquinista, la situación económica de la familia era
relativamente buena. Alcázar y la Petra pagaban diez y seis duros de casa
en la calle del Reloj, y tenían huéspedes: un ambulante de Correos y
otros empleados del tren.

La existencia de la familia hubiera podido ser sosegada y agradable sin
las diarias peleas entre marido y mujer. Habían llegado los dos a
experimentar necesidad tal de reñir, que por la cosa más insignificante
armaban un escándalo; bastaba que él dijera blanco para que ella
afirmase negro; aquella oposición enfurecía al maquinista, que tiraba los
platos por el aire, abofeteaba a su mujer y andaba a puñetazos con todos
los muebles de la casa. Entonces la Petra, satisfecha de tener motivo
suficiente de aflicción, se encerraba a llorar y a rezar en su cuarto.

Entre el alcohol, las rabietas y el trabajo duro, el maquinista estaba
torpe; un día de agosto, de calor horrible, se cayó del tren a la vía, y, sin
herida ninguna, lo encontraron muerto.

La Petra, desoyendo las advertencias de sus huéspedes, se empeñó en
mudarse de casa porque no le gustaba aquel barrio, lo hizo, tomó nuevos
pupilos, gente informal y sin dinero, que dejaban a deber mucho, o que

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