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el puchero grande con garbanzos, a los cuales se ablandaba con
bicarbonato, y con el caldo se hacía la sopa, la cual, gracias a su
cantidad de sebo, parecía una cosa turbia para limpiar cristales o sacar
brillo a los dorados.
Después de observar en qué estado se encontraba el osario en el
puchero, la Petra hizo la sopa, y luego se dedicó a extraer todas las
piltrafas de los huesos y envolverlas hipócritamente con una salsa de
tomate. Esto constituía el principio en casa de doña Casiana.
Gracias a este régimen higiénico, ninguno de los huéspedes caía
enfermo de obesidad, de gota ni de cualquiera de esas otras
enfermedades por exceso de alimentación, tan frecuentes en los ricos.
Luego de preparar y de servir a los huéspedes la comida, la Petra dejó
el fregado para más tarde y salió de casa a recibir a su hijo.
Aún no había oscurecido del todo; el cielo estaba vagamente rojizo, el
aire sofocante, lleno de un vaho denso de polvo y de vapor. La Petra subió
la calle de Carretas, siguió por la de Atocha, entró en la estación del
Mediodía y se sentó en un banco a esperar a Manuel...
Mientras tanto, el muchacho venía medio dormido, medio asfixiado en
un vagón de tercera.
Había tomado el tren por la noche en el apeadero en donde su tío
estaba de jefe. Al llegara Almazán tuvo que esperar más de una hora a
que saliera un mixto, dando paseos para hacer tiempo por las calles