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¿Está lejos la casa, madre?
-Sí. Qué, ¿tienes apetito?
-Ya lo creo: no he comido en todo el camino.
Salieron de la estación al Prado; después subieron por la calle de
Alcalá. Una gasa de polvo llenaba el aire; los faroles brillaban opacos en
la atmósfera enturbiada... Al llegar a la casa, la Petra dio de cenar a
Manuel y le hizo la cama en el suelo, al lado de la suya. El muchacho se
acostó, y era tan violento el contraste del silencio de la aldea con aquella
algarabía de ruido de pasos, conversaciones y voces de la casa, que, a
pesar del cansancio, Manuel no pudo dormir.
Oyó cómo entraban todos los huéspedes; ya era más de media noche
cuanto el cotarro quedó tranquilo; pero de repente se armó una
trapatiesta de voces y de risas alborotadoras, que terminó con una
imprecación de triple blasfemia y una bofetada que resonó
estrepitosamente.
-¿Qué será eso, madre? -preguntó Manuel desde su cama. A la hija de
doña Violante, que la han cogido con el novio -contestó la Petra, medio
dormida; luego le pareció una imprudencia decir esto al muchacho, y
añadió, malhumorada:
-Calla y duerme ya.
La caja de música del recibimiento, movida por la mano de algunos de
los huéspedes, comenzó a tocar aquel aire sentimental de La Mascota, el
dúo de Pippo y Bettina:
Pío Baroja
¿Me olvidarás, gentil pastor?
Luego quedó todo en silencio.
III
Primeras impresiones de Madrid - Los huéspedes - Escena