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El Bizco y su cuadrilla
El madrileño que alguna vez, por casualidad, se encuentra en los
barrios pobres próximos al Manzanares, hállase sorprendido ante el
espectáculo de miseria y sordidez, de tristeza e incultura que ofrecen las
afueras de Madrid con sus rondas miserables, llenas de polvo en verano
y de lodo en invierno. La corte es ciudad de contrastes; presenta luz
fuerte al lado de sombra oscura; vida refinada, casi europea, en el centro,
vida africana, de aduar, en los suburbios. Hace unos años, no muchos,
cerca de la ronda de Segovia y del Campillo de Gil Imón, existía una casa
de sospechoso aspecto y de no muy buena fama, a juzgar por el rumor
público. El observador...
En este y otros párrafos de la misma calaña tenía yo alguna esperanza,
porque daban a mi novela cierto aspecto fantasmagórico y misterioso;
pero mis amigos me han convencido de que suprima tales párrafos,
porque dicen que en una novela parisiense estarán bien, pero en una
madrileña, no; y añaden, además, que aquí nadie extravía, ni aun
queriendo; ni hay observadores, ni casas de sospechoso aspecto, ni
nada. Yo, resignado, he suprimido esos párrafos, por los cuales esperaba
llegar algún día a la Academia Española, y sigo con mi cuento en un
lenguaje más chabacano.
Sucedió, pues, que al día siguiente de la bronca en el comedor de la
casa de huéspedes, la Petra, muy de mañana, despertó a Manuel y le
mandó vestirse.
Recordó el muchacho la escena del día anterior; la comprobó,