La lucha por la vida II (Pío Baroja) Libros Clásicos

Página 47 de 247

Don Sergio palideció profundamente, sacó el pañuelo, se frotó los labios, carraspeó. Se comprendía que estaba turbado.
Peñalar observó al viejo atentamente, y viendo que aminoraba en sus arrogancias, se sintió cada vez más evangélico y más moral.
-La baronesa -añadió-me dijo, y perdone la inquebrantable sinceridad mía, que era usted un egoísta y un hombre sin corazón; yo, a pesar de esto -sonriendo dulcemente y sintiéndose ya superevangélico y supermoral-, pensé: «Mi deber es ir a ver a ese caballero». Por eso he venido. Ahora usted hará lo que su conciencia le dicte. Yo he cumplido con la mía.
Después de este párrafo, Peñalar nada tenía que decir, y con la sonrisa de todo el martirologio en los labios, cogió el sombrero, saludó ceremoniosamente y se acercó a la puerta.
-¿Y ese niño es el que estaba aquí? -preguntó en voz baja y vacilante don Sergio.
-El mismo.
-¿Y dónde vive esa mujer, esa baronesa? =-~lamó el comerciante.
-Yo no puedo decirlo. Se lo preguntaré; si ella me lo autoriza, vendré con la contestación.
Y Peñalar salió del despacho.
-Vamos, hijo mío -le dijo a Manuel.
Y con altivo y noble continente, con la cabeza erguida, salió de la casa, llevando de la mano a su querido discípulo, a aquél niño portentoso tan poco apreciado por sus padres.


Vida y milagros del señor de Mingote - Comienza la dulce explotación de don Sergio
Según los mejores historiógrafos madrileños, el conocimiento de la baronesa de Aynant con Bonifacio de Mingote databa de dos años a la fecha.
Una de las muchas veces que la baronesa se encontraba en la necesidad de buscar dinero buscó a un prestamista de la calle del Pez.

Página 47 de 247
 

Paginas:
Grupo de Paginas:             

Compartir:




Diccionario: