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¿Creía Mingote en sus fantasías? Ni aun él lo sabía cierto; aquel hombre se hallaba desconocido a sí mismo. Allá, dentro de su alma, encerraba la idea de un hado adverso que le impedía prosperar, por ser un sinvergüenza; porque habilidad tenía de sobra; sabía como nadie recibir a un acreedor y no pagarle; sabía adular y mentir; pero, a pesar de su mentir constante, era crédulo para los embustes ajenos como nadie.
Creía en las sociedades secretas, en la masonería, en los h .·. y en otra porción de mojigangas por el estilo.
En el peligro y en las situaciones graves, a pesar de la cobardía extraordinaria del ex prestamista, no le abandonaba nunca su ingenio; el soltar una gracia constituía para él una necesidad y, probablemente, empalado, con la soga al cuello o en las gradas del patíbulo, temblando de miedo, hubiera tenido que decir, entre castañeteos de dientes y convulsiones, alguna cosa chusca.
Reñía con todo aquel a quien no necesitaba por cosas fútiles; vociferaba en los tranvías y teatros con cobradores y acomodadores; levantaba el bastón a los golfos; trataba desdeñosamente a todo el mundo; hacía proposiciones indecorosas a las mujeres delante de sus maridos o de sus padres, y, a pesar de esto, no recibía más que raras veces las bofetadas o palos que otro cualquiera en su lugar recibiera.
Vanidoso y petulante, él mismo se reía de su petulancia. Cambiaba la sonrisa en gesto amenazador; y el gesto amenazador, en sonrisa; a veces sentía cierta especie rara y cómica de pudor y se ruborizaba; pero no se desconcertaba nunca.
El ex prestamista, a pesar de que su tipo no era nada agradable, tenia grandes éxitos con las mujeres.