Solamente un eco (Alan Barclay) Libros Clásicos

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SOLAMENTE UN ECO
POR ALAN BARCLAY

DON LINGARD se alisó cuanto pudo la guerrera del uniforme y golpeó en la puerta
del despacho del comandante en jefe. Esperaba que su llamada habría tenido las
proporciones correctas de decisión y deferencia que se pueden pedir al simple
tac-tac en el panel de una puerta.
La llamada fue seguida al otro lado de la puerta por un fuerte e indefinible
ruido de origen humano. Don entendió que esto quería decir «¡Adelante!» y entró.
La habitación era larga y estrecha y el comandante en jefe estaba sentado
delante de su mesa, al fondo del cuarto, inclinado sobre unos papeles. Don se
adelantó con firmeza, cosa nada fácil dado el mínimo de gravedad existente en el
Asteroide Cepha III. Se detuvo exactamente en el centro de la mesa, enfrente del
comandante, a un metro de él, y saludó. Transcurrido aproximadamente medio
minuto, el comandante levantó la cabeza. Tenía la cara bastante macilenta y los
ojos de un azul desteñido. Miró a Lingard, observando su correcta rigidez, su
impecable uniforme negro y su único galón.
Lingard, por su parte, notó con disgusto que su superior llevaba desabrochado el
cuello del uniforme.
-¡Gran Júpiter! - exclamó el comandante en jefe finalmente -. ¿Quién demonios es
usted?
- Subteniente Lingard, señor - replicó -. Destacado en la Base Avanzada Cepha
III...> presentándose a usted> señor.
-¿Subteniente, eh? - preguntó el comandante en tono casi admirativo -. ¡Pobre
chico! - continuó inesperadamente -. Aparque en esa silla y cuéntemelo todo.
Vaya derecho al grano, que ahora no está en un escuadrón de entrenamiento.

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