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Sin embargo,
en el raid siguiente, al segundo día, vieron dos oscuras burbujas temblorosas
flotando dentro de los márgenes de su globo.
- Ahí los tiene - dijo Stinson sin demostrar ninguna emoción -. Son un par de
Jackoes.
- Bueno, vamos detrás de ellos - gritó Lingard. Stinson contempló las burbujas
durante un buen rato.
- No serviría de nada, están en los límites de nuestra esfera y saldrán de ella
en veinte minutos. Lo único que tenemos que hacer es comunicar la dirección y
velocidad a la base.
Procedieron a mandar la señal correspondiente y medio día después se enteraron
de que los intrusos habían sido exterminados por la Defensa de Retaguardia.
En el cuarto raid solo un pequeño aparato enemigo atravesó la pantalla. Aunque
pasó muy cerca de ellos, Stínson no se molestó en seguirlo.
Después del sexto raid, y como ocurriese lo mismo, Língard pidió que lo
trasladaran a otra nave.
- Denegado - respondió el comandante en jefe frunciendo el entrecejo -.
Denegado, y no crea que es por lo que le queremos, joven luchador. Es porque
cuesta mucho dinero al Gobierno instruirle y construir la nave en que sirve, y
no tiene derecho a suicidarse. No estamos haciendo esta guerra para divertirle.
¿Sabe?
- Señor - preguntó Lingard desesperado -. ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Todas las que quiera.
- Supongamos que en lugar de esta política cauta de que lo primero es conservar
la vida, les diésemos caza como a diablos, los persiguiéramos con energía, los
empujásemos hasta sus guaridas y los machacáramos sin descanso; ¿no cree que