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El efecto sobre el excitado paciente era rápido, admirable e inocuo. Más aún, el estudio estaba provisto de un secreto ojo-espía; pues a John Silence le gustaba, cuando era posible, observar el rostro de su paciente antes de asumir la máscara que los rasgos de la expresión humana llevan invariablemente en presencia de otra persona. Un hombre sentado solo tiene una expresión psíquica; y esta expresión es el hombre en sí mismo. Desaparece en el momento en que otra persona se le une. Y el doctor Silence a menudo aprendía más de unos pocos momentos de secreta observación de un rostro que en largas horas de conversación con su dueño, posteriormente.
Un paso muy liviano, casi danzarín, siguió las pesadas zancadas de Baker hacia la habitación verde, y un momento después llegó el hombre anunciando que el caballero estaba esperando. Aún estaba pálido y sus gestos nerviosos.
-No te preocupes, Baker -dijo el doctor amablemente-; si no fueras intuitivo el hombre no te hubiera causado ningún efecto. Sólo necesitas entrenamiento y desarrollo. Y cuando hayas aprendido a interpretar mejor estos sentimientos y sensaciones, no sentirás miedo, sino sólo una gran compasión.
-Sí, señor; ¡Gracias Señor!. Y Barker hizo una reverencia e hizo su escape, mientras el doctor Silence, una divertida sonrisa acechando en las comisuras de su boca, se dirigió silenciosamente a lo largo del pasaje, hacia abajo, y puso su ojo en el agujero espía en la puerta del estudio verde.
Este agujero espía estaba emplazado de tal manera que comandaba una visión de casi la habitación entera, y, mirando a través de él, el doctor vio un sombrero, guantes y un paraguas sobre una silla junto a la mesa, pero buscó en principio en vano a su dueño.