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-¡Gracias!¡Suficiente! ¡Espanta las vibraciones!-clamó la vocecita en su interior, mientras retiraba el frasco y lo restablecía sobre la mesa. Comprendió que la actual condición de un lado de la botella estaba abierta al espacio y que él podía beber sin remover la tapa. Difícilmente hubiera podido obtener una prueba más interesante acerca de lo que había estado escuchando, descrito en tal detalle.
Pero al momento siguiente-casi parecía que al mismo tiempo-, la banda alemana se detuvo a la mitad de su tonada-¡y ahí estaba el señor Mudge, de regreso nuevamente en su silla, resollando y jadeando!
-¡Rápido!-chilló--¡detenga a la banda!¡Envíelos lejos! ¡Sujéteme! ¡Bloquee las entradas! ¡Bloquee las entradas! ¡Deme el libro rojo! ¡¡¡¡Oh, oh, oh-h-h-h!!!!
La música había comenzado nuevamente. Sólo había sido una interrupción momentánea. La Marcha del Tannhäuser había comenzado nuevamente, esta vez a un ritmo tremendo que la hacía sonar como un rápido paso doble, como si los instrumentos tocaran contra el tiempo.
Sin embargo, la breve interrupción dio al doctor Silence un momento para reunir sus pensamientos disgregados, y antes que la banda hubiera llegado a la mitad del compás, se había precipitado sobre la silla y sujetaba al señor Racine Mudge, la pequeña víctima del espacio superior, en un abrazo de hierro. Sus brazos rodearon su diminuta persona, tomando al mismo tiempo una buena parte de la silla. Si bien no era un hombre grande, pareció sofocar por completo a Mudge.
Sin embargo, incluso mientras actuaba de esta manera, sintiendo la agitación bajo suyo, comenzó a deshacerse y a deslizarse como el aire o el agua. De algún modo, la madera del brazo de la silla se desenredaba de entre sus propios brazos y los del señor Mudge.