(Algernon Blackwood) Libros Clásicos

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Todo aquello sólo debía ser cierto en parte; y lo demás, pura fantasía. En las profundidades de una mente dormida, algo permanece despierto, preparado para emitir el juicio: «Todo esto no es completamente real; cuando despiertes lo comprenderás.»
Y así, en cierto modo, le sucedía a Simpson. Los acontecimientos no eran totalmente inexplicables o increíbles por sí mismos, aunque formaban, para el hombre que los veía y oía, una sucesión de hechos horribles, pero independientes, porque el detalle mínimo que podía haber esclarecido el enigma permanecía oculto o desfigurado.
Por lo que Simpson puede recordar, fue un movimiento violento, como de algo que se arrastraba en el interior de la tienda, lo que le despertó y le hizo darse cuenta de que su compañero estaba sentado, muy tieso, junto a él. Estaba temblando. Debían de haber pasado varias horas, porque el pálido resplandor del alba recortaba su silueta contra la tela de la tienda. Esta vez no lloraba; temblaba como una hoja, y su temblor lo sentía él a través de la manta. Défago se había arrebujado contra él, en busca de protección, huyendo de algo que aparentemente se escondía junto a la entrada de la tienda.
Por esta razón, Simpson le preguntó en voz alta -con el aturdimiento del despertar, no recuerda exactamente qué-, y el guía no contestó. Una atmósfera de auténtica pesadilla le envolvía, le embarazaba hasta impedirle moverse. Durante unos instantes, como es natural, no supo dónde se encontraba, si en uno de los anteriores campamentos o en su cama de Aberdeen. Estaba confuso y aturdido.
Después -casi inmediatamente-, en el profundo silencio del amanecer, oyó un ruido de lo más extraño.

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