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¿Pero te es absolutamente nuevo?
-Es nuevo viniendo de los espíritus -contestó el caballero.
Sólo fui capaz de repetir mi anterior y agria exclamación y preguntar si podía
ser favorecido con el conocimiento de la última comunicación.
-Un pájaro en mano vale más que dos en el busque -anunció el caballero leyendo
con gran solemnidad su última anotación.
-Soy, verdaderamente, de la misma opinión -comenté yo-. Pero ano debería ser
bosque?
-A mí me llegó busque -replicó el caballero. Luego el caballero me informó que
en el curso de la noche el espíritu de Sócrates le había hecho esa revelación
especial.
-Amigo mío, espero que se encuentre bien. En este coche del tren somos dos.
¿Cómo está usted? Aquí hay diecisiete mil cuatrocientos setenta y nueve
espíritus, aunque usted no pueda verlos. Pitágoras está aquí. No puede
mencionarlo, pero espera que a usted le sea cómodo el viaje.
También se había dejado caer Galileo con la siguiente comunicación científica:
«estoy encantado de verle, amico. ¿Cómo stá? El agua se congelará cuan do esté
lo bastante fría. Addio!» En el curso de la noche se había producido también el
fenómeno siguiente. El obispo Butler había insistido en deletrea su nombre,
«Bubler», quien había sido despedid destempladamente por las ofensas contra la
ortografía y las buenas maneras. John Milton (sospechoso de un engaño
intencionado) había repudiado la autoría del Paraíso Perdido, y había
introducido como coautores de ese poema a dos desconocidos caballeros llamados
respectivamente Grungers y Scadging tone. Y el príncipe Arturo, sobrino del rey
Juan d Inglaterra, había informado que se encontraba tolerablemente cómodo en el
séptimo círculo, donde e: taba aprendiendo a pintar sobre terciopelo bajo la
dirección de la señora Trimmer y de María, la Reina d los Escoceses.
Si a todo esto le unimos la mirada del caballero que me favoreció con aquellas
revelaciones confidenciales que se me excusará mi impaciencia por ver el sol
naciente y contemplar el orden magnífico del vasto universo. En una palabra,
estaba tan impaciente por ello que me alegré muchísimo de bajarme en la estación
siguiente y cambiar aquellas nubes y vapore por el aire libre del cielo.
Para entonces hacía ya una mañana hermosa Mientras caminaba pisando las hojas
que había caído de los árboles dorados, marrones y rojizos, mientras contemplaba