Página 14 de 31
otros en las tareas de la casa, que vivamos alegre y socialmente y veamos lo que
sucede.
Me sentí tan encantado con mi hermana que la abracé allí mismo y me dispuse a
poner en marcha su plan con el mayor ardor.
Por aquel entonces nos encontrábamos en la tercera semana de noviembre, pero
emprendimos las medidas con tanto vigor, y fuimos tan bien secundados por los
amigos en los que confiábamos, que todavía faltaba una semana para expirar el
mes cuando nuestro grupo llegó conjunta y alegremente y pasó revista a la casa
encantada.
Mencionaré ahora dos pequeños cambios que realicé mientras mi hermana y yo
estábamos todavía solos. Se me ocurrió que no sería improbable que Turk aullara
en la casa durante la noche, en parte porque quería salir de ella, por lo que lo
dejé en la perrera exterior, pero sin encadenarlo; y advertí seriamente al
pueblo que cualquiera que se pusiera delante del perro no debía esperar
separarse de él sin un mordisco en la garganta. Luego, de modo casual, pregunté
a Ikey si sabía juzgar bien una escopeta.
-Claro, señor, conozco una buena escopeta nada más verla -respondió él, y yo le
supliqué el favor de que se acercara a la casa y examinara la mía.
-Es una de verdad, señor -dijo Ikey tras inspeccionar un rifle de doble cañón
que unos años antes había comprado en Nueva York-. No hay ningún error sobre
ella, señor.
-Ikey-le dije yo-. No lo mencione, pero he visto algo en esta casa.
-¿No, señor? -susurró abriendo codiciosamente los ojos-. ¿La mujer capuchada,
señor?
-No se asuste -repliqué yo-. Era una figura bastante parecida a usted.
-¡Dios mío, señor!
-¡Ikey! -exclamé yo estrechándole las manos calurosamente; podría decir que
afectuosamente-. Si hay algo de verdad en esas historias de fantasmas, el mayor
favor que puedo hacerle es disparar a esa figura. ¡Y le prometo por el cielo y
la tierra que lo haré con esta escopeta si vuelvo a verla!
El joven me dio las gracias y se despidió con cierta precipitación tras rechazar
un vaso de licor. Le di a conocer mi secreto porque jamás había olvidado el
momento en el que lanzó la gorra a la campana; porque en otra ocasión había
observado algo muy semejante a un gorro de piel que yacía no muy lejos de la