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por su tono plateado. Ha estado en todas partes en las que ondea la bandera de
la Unión, y he conocido
a colegas suyos, en el Mediterráneo y al otro lado de Atlántico, que se han
animado sólo al oír mencionar ese nombre, y han gritado:
-¿Conoce a Jack, Governor? ¡Entonces conoce: un príncipe!
¡Y eso es lo que es! Y, además, es un oficial de La marina de manera tan
inequívoca que si el lector lo viera salir de una choza de nieve esquimal
vestido con pieles de foca, se sentiría vagamente persuadid( de que iba vestido
con el uniforme naval completo
En un tiempo, Jack había puesto su mirada brillante en mi hermana; pero se casó
con otra dama y se la llevó a Sudamérica, donde murió ésta. De ese hace doce
años, o más. Trajo con él a nuestra casi hechizada un pequeño barril de vaca
salada; pues está convencido de que cualquier vaca salada que no haya preparado
él es pura carroña, por lo que invariablemente, cuando va a Londres, incluye un
trozo en su maleta ligera. Se había ofrecido también, traer con él a un tal «Nat
Beaver», un antiguo camarada suyo, capitán de un mercante. El señor Beaver con
una figura y un rostro como de madera, y aparentemente tan duro como un bloque,
resultó ser un hombre inteligente con todo un mundo de experiencias marinas y un
gran conocimiento práctico. A veces mostraba un curioso nerviosismo, por lo
visto consecuencia de una antigua enfermedad, pero rara vez duraba muchos
minutos. Le correspondió la habitación del armario, que habitó al lado del señor
Undery, mi amigo y procurador legal, quien acudió, como aficionado, «para
examinar esto», tal como él dijo, y que es mejor jugador de «whist» que toda la
lista de abogados, del extremo del principio hasta el del final.
Nunca me sentí más feliz en mi vida, y creo que ése era el sentimiento general
entre nosotros. Jack Governor, un hombre siempre de recursos maravillosos, se
convirtió en el jefe de cocina, e hizo algunos de los mejores platos que he
comido nunca, incluyendo unos «curries» inaccesibles. Mi hermana se dedicó a las
tartas y dulces. Starling y yo éramos ayudantes de cocina por turnos, aunque en
las ocasiones especiales el jefe de cocina «presionaba» al señor Beaver.