La Casa Hechizada (Charles Dickens) Libros Clásicos

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tomé muy seriamente la pérdida del muchacho con el que iba a la escuela. Traté
de convencerle, partiendo de mi experiencia humana, de que probablemente de
haber sabido lo que había sido de ese chico nunca le habría parecido bien. Le
hice entender que yo mismo, en mi vida posterior, me había encontrado con varios
chicos de los que habían sido compañeros de escuela, y ninguno de ellos había
respondido a mis expectativas. Le expresé mi humilde creencia de que ese
muchacho no habría respondido. Le hablé de un compañero mío que tenía un
carácter mítico y que resulté un engaño y un chasco. Le conté que la última ves
que lo había visto fue en una cena detrás de una enorme corbata blanca, sin
ninguna opinión concluyente sobre ningún tema, y una capacidad de silencioso
aburrimiento absolutamente titánica. Le relaté que como habíamos estado juntos
en «Old Doylance´s», se había invitado él solo a desayunar conmigo (una ofensa
social de la mayor magnitud); que en un intento de reavivar las débiles ascuas
de mi creencia en los muchachos de Doylance´s, se lo había permitido, y que
resultó ser un vagabundo terrible que perseguía a la raza de Adán con
inexplicables ideas concernientes a la moneda y con la propuesta de que el banco
de Inglaterra, so pena de ser abolido, debía librarse instantáneamente y poner
en circulación de Dios sabe cuántos miles de millones de billetes de dieciséis
peniques.
El fantasma me escuchó en silencio y con la mirada fija.
-¡Barbero! -me apostrofó cuando terminé.
-¿Barbero? -dije yo repitiendo la pregunta, pues no pertenezco a esa profesión.
-Condenado a afeitar constantemente a clientes cambiantes -añadió el
fantasma-... ahora yo... luego un hombre joven... luego a sí mismo... luego su
padre... luego su abuelo; condenado también a acostarse con un esqueleto cada
noche, y a levantarse con él cada mañana...
(Me estremecí al escuchar ese terrible anuncio.)
-¡Barbero! ¡Sígame!
Antes incluso de que pronunciara las palabras había sentido que un hechizo me
obligaría a seguir al fantasma. Lo hice así inmediatamente, y ya no me encontré
en la habitación del Amo B.
Muchas personas saben las largas y fatigosas jornadas nocturnas a las que se
sometía a las brujas que solían confesar, y que sin duda contaban exactamente la

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