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Charles Dickens
La historia del viajante de comercio
Una tarde invernal, hacia las cinco, cuando empezaba a oscurecer, pudo verse a
un hombre en uj calesín que azuzaba a su fatigado caballo por el camino que
cruza Marlborough Downs en dirección Bristol. Digo que pudo vérsele, y sin duda
habría sido así si hubiera pasado por ese camino cualquier que no fuera ciego;
pero el tiempo era tan malo, y la noche tan fría y húmeda, que nada había fuera
salve el agua, por lo que el viajero trotaba en mitad del camino solitario, y
bastante melancólico. Si ese día cualquier viajante hubiera podido ver ese
pequeño vehículo, a pesar de todo un calesín, con el cuerpo de color de arcilla
y las ruedas rojas, y la yegua hay y zorruna de paso rápido, enojadiza,
semejante a un cruce entre caballo de carnicero y caballo de posta de correo de
los de dos peniques, habría sabido in mediatamente que aquel viajero no podía
ser otra que Tom Smart, de la importante empresa de Bilsoi y Slum, Cateaton
Street, City. Sin embargo, comí no había ningún viajante mirando, nadie supo
nada sobre el asunto; y por ello, Tom Smart y su calesa de color arcilla y
ruedas rojas, y la yegua zorruna d paso rápido, avanzaron juntos guardando el
secrete entre ellos: y nadie lo sabría nunca.
Incluso en este triste mundo hay lugares muchísimo más agradables que
Marlborough Downs cuando sopla fuerte el viento, y si el lector se deja caer por
allí una triste tarde invernal, por una carretera resbaladiza y embarrada,
cuando llueve a cántaros, y a modo de experimento prueba el efecto en su propia
persona, sabrá hasta qué punto es cierta esta observación.
El viento soplaba, pero no carretera arriba o carretera abajo, lo que ya habría
sido suficientemente malo, sino barriéndola de través, enviando la lluvia
inclinada, como las líneas que solían trazarse en los cuadernos de escritura en
la escuela para que los muchachos marcaran bien la inclinación. Por un momento
desaparecía y el viajero empezaba a engañarse creyendo que, agotada por su furia
anterior, ella misma se había apaciguado, cuando de pronto la oía silbar y
gruñir en la distancia y precipitarse desde la cumbre de las colinas, barriendo