La novia del ahorcado (Charles Dickens) Libros Clásicos

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ven a mí.
Era un anciano reservado, lento, terroso y estable. Un anciano cadavérico de
lenguaje calibrado. Un anciano que parecía incapaz de pestañear, como si le
hubieran clavado los párpados a la frente. Un anciano cuyos ojos, dos puntos de
fuego, no tenían más movimiento que el que le permitiría el hecho de tenerlos
unidos con la nuca por unos tornillos que le atravesaran el cráneo y estuvieran
remachados y sujetos por el exterior, entre su cabello gris.
La noche se había vuelto tan fría para la capacidad sensorial del señor
Goodchild que se estremeció. Comentó a la ligera, como excusándose:
-Me da la impresión de que hay alguien caminando sobre mi tumba.
-No -repuso el extraño anciano-. No hay nadie allí.
El señor Goodchild miró a ldle, pero éste estaba con la cabeza envuelta en humo.
-¿Que no hay nadie allí? -dijo Goodchild.
-No hay nadie en su tumba, se lo aseguro -contestó el anciano.
Había entrado y cerrado la puerta, y ahora se sentó. No se dobló para sentarse
como hacen las otras personas, sino que dio la impresión de hundirse mientras
estaba erguido, como si cayera en un cuerpo de agua, hasta que la silla le
detuvo.
-Mi amigo, el señor Idle -dijo Goodchild, deseoso de introducir a una tercera
persona en la conversación.
-Estoy al servicio del señor Idle -dijo el anciano sin mirarle.
-Si vive usted aquí desde hace tiempo -empezó a decir Francis Goodchild.
-Así es.
-Entonces quizá pueda aclararnos una cuestión acerca de la cual mi amigo y yo
dudábamos esta mañana. Han ahorcado criminales en el castillo, ¿no es así?
-Así lo creo -contestó el anciano.
-¿Les colocan con el rostro vuelto hacia esa noble vista?
-Te colocan la cabeza de cara al muro del castillo -repuso el otro-. Cuando
estás colgado, ves que sus piedras se expanden y contraen violentamente, y una
expansión y contracción similares parecen tener lugar en tu propia cabeza y en
tu pecho. Luego se produce una acometida de fuego y un terremoto, y el castillo
salta por el aire y tú caes por un precipicio.
Daba la impresión de que le molestaba la corbata. Se llevó la mano a la garganta
y movió el cuello de un lado a otro. Era un anciano cuya cara estaba como
hinchada, y la nariz vuelta e inmóvil hacia un lado, como si tuviera un pequeño

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