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gancho insertado en esa ventanilla. El señor Goodchild se sentía muy incómodo y
empezó a pensar que la noche era calurosa, en lugar de fría.
-Una potente descripción, señor -comentó.
-Una sensación potente -le corrigió el anciano.
El señor Goodchild volvió a mirar al señor Thomas Idle, pero Thomas estaba boca
arriba con el rostro atento y vuelto hacia el anciano, sin hacer señal alguna de
reconocimiento. En ese momento le pareció al señor Goodchild que unos hilos de
fuego salían de los ojos del anciano en dirección a los suyos, y que se quedaban
allí. (El señor Goodchild, al escribir el presente relato de su experiencia,
afirma con la mayor solemnidad que tenía la poderosa sensación de que desde ese
momento le obligaban a mirar al anciano a través de esos dos hilos de fuego).
-Debo decírselo -afirmó el anciano con una mirada pétrea y fantasmal.
-¿Qué? -preguntó Francis Goodchild.
-Usted sabe dónde sucedió. ¡Ahí!
El señor Goodchild no pudo saber en ese momento, ni nunca lo sabrá, si el
anciano señalaba a la habitación de arriba, o a la de abajo, o a cualquier
habitación de la antigua casa, o una habitación de alguna otra casa antigua de
esa vieja ciudad. Se sintió confundido por la circunstancia de que el índice de
la mano derecha del anciano parecía introducirse en uno de los hilos de fuego,
encenderse el propio dedo y hacer una embestida de fuego en el aire, como si
señalara hacia algún lugar. Y tras señalar, deshizo el gesto.
-Usted sabe que ella era una novia -dijo el anciano.
-Sé que todavía envían tarta nupcial -comentó el señor Goodchild titubeando-.
Esta atmósfera me resulta oprimente.
Ella era una novia, había dicho el anciano. Era una joven hermosa, de cabellos
blondos y ojos grandes que no tenía carácter ni propósito. Una nada débil,
crédula, incapaz e indefensa. No como su madre. No, no. Lo que reflejaba era el
carácter del padre.
La madre se había preocupado de asegurárselo todo para ella, para su propia
vida, cuando el padre de esta joven (una niña en aquel momento) murió (de un
desvalimiento total, no de otra enfermedad) y entonces él renovó la amistad que
en otro tiempo había tenido con la madre. Por dinero había dejado el campo libre