La novia del ahorcado (Charles Dickens) Libros Clásicos

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acercó su silla junto al hogar, ella se le acercó tímidamente desde su distante
asiento, sacó el papel del pecho y se lo puso a él en la mano.
Ese documento le concedía todas las posesiones de la joven en caso de que
muriera. Colocó a la joven ante él, cara a cara, para poder mirarla fijamente, y
le preguntó con numerosas y claras palabras, ni más ni menos que las necesarias,
si sabía lo que iba a pasar. Había manchas de tinta en el pecho de su vestido
blanco, y hacía que su rostro pareciera todavía más marchito, y sus ojos más
grandes, cuando asintió con la cabeza. Había manchas de tinta en la mano que
extendió ante él poniéndose de pie, con la que se alisó y arregló nerviosamente
su falda blanca.
La cogió por el brazo, la miró al rostro todavía con mayor fijeza y atención, y
le dijo:
-¡Y ahora, muere! He terminado contigo.
Ella se encogió y lanzó un grito bajo y reprimido.
-No voy a matarte. No pondré en peligro mi vida por ti. ¡Muere!
Y a partir de ese momento, un día tras otro, una noche tras otra se sentó
delante de ella, en su tenebroso dormitorio, pronunciando la palabra o
transmitiéndosela con la mirada. Siempre que levantaba sus ojos grandes y
carentes de significado desde las manos en las que enterraba la cabeza hasta la
figura rígida que estaba sentada en la silla con los brazos cruzados y la frente
enarcada, leía en los ojos del hombre: «¡muere!» Cuando caía dormida, agotada,
recuperaba estremecida la conciencia oyendo en susurros: «¡muere!» Cuando caía
en su viejo ruego de ser perdonada, la respuesta era aún: «¡muere!» Después de
haber pasado despierta y sufriendo la larga noche, cuando el sol naciente
llameaba en la habitación sombría, oía como saludo:
-¿Un día más y no te has muerto? ¡Muere! Encerrada en la desértica mansión,
apartada d toda la humanidad y entregada a esa lucha sin respiro alguno, llegó a
esta conclusión, que ella, o él, tenían que morir. Él lo sabía muy bien, y por
ello con centró su fuerza contra la debilidad de la mujer Una hora tras otra la
sujetaba por un brazo hasta que éste se ponía negro, y le ordenaba que muriera Y

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