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.. máteme de hambre si quiere...; pero no me obligue a it con este hombre.
Tras unos instantes de silencio, el juez dijo en tono solemne:
-Me niego a firmar este contrato. Llévese al muchacho de nuevo al hospicio, y trátelo bien. Creo que lo necesita.
A la mañana siguiente, el cartel en el que se ofrecían cinco libras a quien quisiera llevarse a Oliver, estaba otra vez colocado en la puerta del hospicio. El primero en interesarse por el negocio fue el señor Sowerberry, encargado de la funeraria parroquial. Era un hombre escuálido que siempre vestía un traje negro y raído. Después de revisar minuciosamente al muchacho, decidió quedárselo.
La junta parroquial decidió que Oliver se fuera con él aquella misma noche. Pero de camino a casa de su nuevo amo, el chico no pudo reprimir las lágrimas.
-Eres el muchacho más desagradecido que he visto en mi vida -le dijo el señor Bumble.
-No, no señor No soy desagradecido; pero es que me siento tan solo -contestó Oliver entre sollozos-. Por favor, señor, no se enfade conmigo.
Cuando llegaron a la funeraria del señor Sowerberry, Bumble ordenó a Oliver que se secara las lágrimas.
-Aquí estoy con el muchacho.
-¡Dios mío! -exclamó la señora Sowerberry-. s muy pequeño.
-Sí, es bastante pequeño, pero no se preocupe, señora -dijo el señor Bumble-, ya crecerá.
-¡Claro que crecerá! -contestó la mujer malhumorada-. ¿Y quién lo va a pagar? Mantener a los niños de la parroquia cuesta más de lo que se obtiene de ellos. ¡Menudo ahorro!
Y dirigiéndose a Oliver añadió:
-¡Venga, talego de huesos.
La mujer del dueño de la funeraria abrió una pequeña puerta y empujó a Oliver por una empinada escalera. Al final de ella, se encontraba la cocina, que era un sótano de piedra húmeda y oscura. Allí sentada estaba una muchacha sucia y desastrada.
-Charlotte -ordenó la señora Sowerberry-, dale a este muchacho algunas de las sobras que hemos apartado para Trip.
Los ojos de Oliver se iluminaron al ver llegar el cuenco de comida y se lanzó sobre unos restos que hasta el perro habná desdeñado, Cuando hubo acabado de comer, la señora Sowerberry llevó a Oliver hasta la tienda bajo cuyo mostrador había puesto un viejo colchón.
-Dormirás aquí. Supongo que no te molestará estar entre ataúdes. Y si te molesta, te aguantas. No hay otro sitio.
Solo ya en la funeraria, Oliver sintió un escalofrío, el hueco donde estaba el colchón también parecía un sepulcro. Oliver lo miró y, por un momento, deseó que aquélla fuera de verdad su tumba; así podría dormir eternamente y descansar en el camposanto, con la hierba acariciando su cabeza.
CAPÍTULO DOS
EN LA FUNERARIA
Por la mañana, unas violentas patadas en la puerta de la tienda despertaron a Oliver
-¡Abre de una vez! -gritó una voz detrás de la puerta.
-Ya voy, señor -contestó Oliver vistiéndose a toda prisa.
-Supongo que eres el mocoso del hospicio -siguió la voz-. ¿Cuántos años tienes?