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mirándole con atención dijo estas palabras
» -¡James, ya me has visto esta noche... y ya lo sabes!
» Y después murió.
Cuando el correo alemán dejó de hablar, presté atención para conocer algo más de
esta extraña historia. Pero nadie interrumpió el silencio. Miré a mi alrededor y
los cinco correos habían desaparecido tan silenciosamente que era como si la
montaña fantasmal los hubiera absorbido en sus nieves eternas. Para entonces no
me encontraba en absoluto con un estado de ánimo suficiente para permanecer
sentado a solas en aquel horrible escenario, mientras caía sobre mí solemnemente
el aire helado; o si quieren que les diga la verdad, no tenía ánimos para estar
sentado a solas en ninguna parte. Por eso volví a entrar en el salón del
convento y encontré al caballero americano, que estaba todavía dispuesto a
contarme la biografía del Honorable Ananias Dodger, y yo a escucharla.