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lado en la cama. No sentía cansancio ni fatiga, sino que esperaba pacientemente,
y al tercer día pasó junto a mí corriendo gozosamente con sus cabellos sedosos
al viento y cantando, qu Dios se apiade de mí, cantando una alegre balad cuyas
palabras apenas podía cecear.
Me deslicé tras él ocultándome en unos matorrales que crecían allí y sólo el
diablo sabe con qué terror yo, un hombre hecho y derecho, seguía los pasos de
aquel niño que se aproximaba a la orilla de agua. Estaba ya junto a él, había
agachado una rodilla y levantado una mano para empujarle, cuando mi sombra en la
corriente y me di la vuelta.
El fantasma de su madre me miraba desde los ojos del niño. El sol salió de
detrás de una nube: brillaba en el cielo, en la tierra, en el agua clara y en
las gotas centelleantes de lluvia que había sobre las hojas. Había ojos por
todas partes. El inmenso universo completo de luz estaba allí para presenciar el
asesinato. No sé lo que dijo; procedía de una sangre valiente y varonil, y a
pesar de ser un niño no se acobardó ni trató de halagarme. No le oí decir entre
lloros que trataría de amarme, ni le vi corriendo de vuelta a casa. Lo siguiente
que recuerdo fue la espada en mi mano y al muerto a mis pies con manchas de
sangre de las cuchilladas aquí y allá, pero en nada diferente del cuerpo que
había contemplado mientras dormía... estaba, además, en la misma actitud, con la
mejilla apoyada sobre su manecita.
Lo tomé en los brazos, con gran suavidad ahora que estaba muerto, y lo llevé
hasta una espesura. Aquel día mi esposa había salido de casa y no regresaría
hasta el día siguiente. La ventana de nuestro dormitorio, el único que había en
ese lado de la casa, estaba sólo a escasos metros del suelo, por lo que decidí
bajar por ella durante la noche y enterrarlo en el jardín. No pensé que había
fracasado en mi propósito, ni que dragarían el agua sin encontrar nada, ni que
el dinero debería aguardar ahora por cuanto yo tenía que dar a entender que el
niño se había perdido, o lo habían raptado.