Página 36 de 454
fue muerto por su hijastro allá en el mundo.»
Me volví hacia el poeta y él me dijo:
«Ahora éste es el primero, y yo el segundo.» 114
Al poco rato se fijó el Centauro
en unas gentes, que hasta la garganta
parecían, salir del hervidero. 117
Díjonos de una sombra ya apartada:
«En la casa de Dios aquél hirió - 119
el corazón que al Támesis chorrea.» 120
Luego vi gentes que sacaban fuera
del río la cabeza, y hasta el pecho;
y yo reconocí a bastantes de ellos. 123
Asi iba descendiendo poco a poco
aquella sangre que los pies cocía,
y por allí pasamos aquel foso. 126
«Así como tú ves que de esta parte
el hervidero siempre va bajando,
-dijo el centauro- quiero que conozcas 129
que por la otra más y más aumenta
su fondo, hasta que al fin llega hasta el sitio
en donde están gimiendo los tiranos. 132
La diving justicia aquí castiga
a aquel Atila azote de la tierra 134
y a Pirro y Sexto; y para siempre ordeña 135
las lágrimas, que arrancan los hervores,
a Rinier de Corneto, a Rinier Pazzo 137
qué en los caminos tanta guerra hicieron.» 138
Volvióse luego y franqueó aquel vado.
CANTO XIII
Neso no había aún vuelto al otro lado,
cuando entramos nosotros por un bosque
al que ningún sendero señalaba. 3
No era verde su fronda, sino oscura;
ni sus ramas derechas, mas torcidas;
sin frutas, mas con púas venenosas. 6
Tan tupidos, tan ásperos matojos
no conocen las fieras que aborrecen
entre Corneto y Cécina los campos. 9
Hacen allí su nido las arpías, 10
que de Estrófane echaron al Troyano
con triste anuncio de futuras cuitas. 12
Alas muy grandes, cuello y rostro humanos
y garras tienen, y el vientre con plumas;
en árboles tan raros se lamentan. 15
Y el buen Maestro: «Antes de adentrarte,
sabrás que este recinto es el segundo