Divina Comedia (Dante Alighieri) Libros Clásicos

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«Si tú hubieras sabido -le repuse-
la razón por la cual miraba, acaso
me hubieses permitido detenerme.» 15

Ya se marchaba, y yo detrás de él,
mi guía, respondiendo a su pregunta
y añadiéndole: «Dentro de la cueva, 18

donde los ojos tan atento puse,
creo que un alma de mi sangre llora
la culpa que tan caro allí se paga.» 21

Dijo el maestro entonces: «No entretengas
de aquí adelante en ello el pensamiento:
piensa otra cosa, y él allá se quede; 24

que yo le he visto al pie del puentecillo
señalarte, con dedo amenazante,
y llamarlo escuché Geri del Bello. 27

Tan distraído tú estabas entonces
con el que tuvo Altaforte a su mando, 29
que se fue porque tú no le atendías.» 30

«Oh guía mío, la violenta muerte
que aún no le ha vengado -yo repuse-
ninguno que comparta su vergüenza, 33

hácele desdeñoso; y sin hablarme
se ha marchado, del modo que imagino;
con él por esto he sido más piadoso.» 36

Conversamos así hasta el primer sitio
que desde el risco el otro valle muestra,
si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo. 39

Cuando estuvimos ya en el postrer claustro
de Malasbolsas, y que sus profesos
a nuestra vista aparecer podían, 42

lamentos saeteáronme diversos,
que herrados de piedad dardos tenían;
y me tapé por ello los oídos. 45

Como el dolor, si con los hospitales
de Valdiquiana entre junio y septiembre,
los males de Maremma y de Cerdeña, 48

en una fosa juntos estuvieran,
tal era aquí; y tal hedor desprendía,
como suele venir de miembros muertos. 51

Descendimos por la última ribera
del largo escollo, a la siniestra mano;
y entonces pude ver más claramente 54

allí hacia el fondo, donde la ministra
del alto Sir, infafble justicia,
castiga al falseador que aquí condena. 57

Yo no creo que ver mayor tristeza
en Egina pudiera el pueblo enfermo, 59

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