Ilíada (Homero) Libros Clásicos

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Todas, con lúgubres lamentos, levantaron las manos a la diosa. Teano, la de hermosas mejillas, tomó el peplo, lo puso sobre las rodillas de Atenea, la de hermosa cabellera, y orando rogó así a la hija del gran Zeus:
305 -¡Veneranda Atenea, protectora de la ciudad, divina entre las diosas! ¡Quiébrale la lanza a Diomedes y concédenos que caiga de pechos en el suelo, ante las puertas Esceas, para que to sacrifiquemos en este templo doce vacas de un año, no sujetas aún al yugo, si de este modo to apiadas de la ciudad y de las esposas y tiernos niños de los troyanos!
311 Así dijo rogando, pero Palas Atenea no accedió. Mientras invocaban de este modo a la hija del gran Zeus, Héctor se encaminó al magnífico palacio que para Alejandro había labrado él mismo con los más hábiles constructores de la fértil Troya; éstos le hicieron una cámara nupcial, una sala y un patio, en la acrópolis, cerca de los palacios de Príamo y de Héctor. A11í entró Héctor, caro a Zeus, llevando una lanza de once codos, cuya broncínea y reluciente punta estaba sujeta por áureo anillo. En la cámara halló a Alejandro que acicalaba las magníficas armas, escudo y coraza, y probaba el corvo arco; y a la argiva Helena, que, sentada entre sus esclavas, ocupábalas en primorosas labores. Y en viendo a aquél, increpólo con injuriosas palabras:
326 -¡Desgraciado! No es decoroso que guardes en el corazón ese rencor. Los hombres perecen combatiendo al pie de los altos muros de la ciudad; el bélico clamor y la lucha se encendieron por tu causa alrededor de nosotros, y tú mismo reconvendrías a quien cejara en la pelea horrenda. Ea, levántate. No sea que la ciudad llegue a ser pasto de las voraces llamas.
332 Respondióle el deiforme Alejandro:
333 -¡Héctor! Justos y no excesivos son tus baldones, y por lo mismo voy a contestarte. Atiende y óyeme. Permanecía aquí, no tanto por estar airado o resentido con los troyanos, cuanto porque deseaba entregarme al dolor. En este instante mi esposa me exhortaba con blandas palabras a volver al combate; y también a mí me parece preferible, porque la victoria tiene sus alternativas para los guerreros. Ea, pues, aguarda, y visto las marciales armas; o vete y te sigo, y creo que lograré alcanzarte.
342 Así dijo. Héctor, el de tremolante casco, nada contestó. Y Helena hablóle con dulces palabras:
3- -¡Cuñado mío, de esta perra maléfica y abominable! ¡Ojalá que, cuando mi madre me dio a luz, un viento tempestuoso se me hubiese llevado al monte o al estruendoso mar, para hacerme juguete de las olas, antes que tales hechos ocurrieran! Y ya que los dioses determinaron causar estos males, debió tocarme ser esposa de un varón más fuerte, a quien dolieran la indignación y los muchos baldones de los hombres.

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