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465 -¡Ayante Telamonio, del linaje de Zeus, príncipe de hombres! Oigo la voz del paciente Ulises como si los troyanos, habiéndole aislado en la terrible lucha, lo estuviesen acosando. Acudámosle, abriéndonos calle por la turba, pues lo mejor es llevarle socorro. Temo que a pesar de su valentía le suceda alguna desgracia solo entre los troyanos, y que después los dánaos te echen muy de menos.
47z Así diciendo, partió y siguióle Ayante, varón igual a un dios. Pronto dieron con Ulises, caro a Zeus, a quien los troyanos acometían por todos lados como los rojizos chacales circundan en el monte a un cornígero ciervo herido por la flecha que un hombre le disparó con el arco -sálvase el ciervo, merced a sus pies, y huye en tanto que la sangre está caliente y las rodillas ágiles; póstralo luego la veloz saeta, y, cuando carnívoros chacales lo despedazan en la espesura de un monte, trae la fortuna un voraz león que, dispersando a los chacales, devora a aquél-; así entonces muchos y robustos troyanos arremetían al aguerrido y sagaz Ulises; y el héroe, blandiendo la pica, apartaba de sí la cruel muerte. Pero llegó Ayante con su escudo como una torre, se puso al lado de Ulises y los troyanos se espantaron y huyeron a la desbandada. Y el marcial Menelao, asiendo de la mano al héroe, sacólo de la turba mientras el escudero acercaba el carro.
489 Ayante, acometiendo a los troyanos, mató a Doriclo, hijo bastardo de Príamo, a hirió a Pándoco, Lisandro, Píraso y Pilartes. Como el hinchado torrente que acreció la lluvia de Zeus baja rebosante por los montes a la llanura, arrastra muchos pinos y encinas secas, y arroja al mar gran cantidad de cieno, así entonces el ilustre Ayante desordenaba y perseguía por el campo a los enemigos y destrozaba corceles y guerreros. Héctor no lo había advertido, porque peleaba en la izquierda de la batalla, cerca de la orilla del Escamandro: a11í las cabezas caían en mayor número y un inmenso vocerío se dejaba oír alrededor del gran Néstor y del marcial Idomeneo. Entre todos revolvíase Héctor, que, haciendo arduas proezas con su lanza y su habilidad ecuestre, destruía las falanges de jóvenes guerreros. Y los divinos aqueos no retrocedieran aún, si Alejandro, esposo de Helena, la de hermosa cabellera, no hubiese puesto fuera de combate a Macaón, pastor de hombres, mientras descollaba en la pelea, hiriéndolo en la espalda derecha con trifurcada saeta. Los aqueos, aunque respiraban valor, temieron que la lucha se inclinase, y aquél fuera muerto. Y al punto habló Idomeneo al divino Néstor:
511 -¡Oh Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Ea, sube al carro, póngase Macaón junto a ti, y dirige presto a las naves los solípedos corceles.