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Pues un médico vale por muchos hombres, por su pericia en arrancar flechas y aplicar drogas calmantes.
516 Dijo; y Néstor, caballero gerenio, no dejó de obedecerlo. Subió al carro, y tan pronto como Macaón, hijo del eximio médico Asclepio, lo hubo seguido, picó con el látigo a los caballos y éstos volaron de su grado hacia las cóncavas naves, pues les gustaba volver a ellas.
521 Cebríones, que acompañaba a Héctor en el carro, notó que los troyanos eran derrotados, y le dijo:
523 -¡Héctor! Mientras nosotros combatimos aquí con los dánaos en un extremo de la batalla horrísona, los demás troyanos son desbaratados y se agitan en confuso tropel hombres y caballos. Ayante Telamonio es quien los desordena; bien lo conozco por el ancho escudo que cubre sus espaldas. Enderecemos a aquel sitio los corceles del carro, que a11í es más empeñada la pelea, mayor la matanza de peones y de los que combaten en carros, a inmensa la gritería que se levanta.
531 Habiendo hablado así, azotó con el sonoro látigo a los caballos de hermosas crines. Sintieron éstos el golpe y arrastraron velozmente por entre troyanos y aqueos el veloz carro, pisando cadáveres y escudos; el eje tenía la parte inferior cubierta de sangre y los barandales estaban salpicados de sanguinolentas gotas que los cascos de los corceles y las llantas de las ruedas despedían. Héctor, deseoso de penetrar y deshacer aquel grupo de hombres, promovía gran tumulto entre los dánaos, no dejaba la lanza quieta, recorría las filas de aquéllos y peleaba con la lanza, la espada y grandes piedras; solamente evitaba el encuentro con Ayante Telamonio [porque Zeus se irritaba contra él cuando combatía con un guerrero más valiente].
544 El padre Zeus, que tiene su trono en las alturas, infundió temor en Ayante y éste se quedó atónito, se echó a la espalda el escudo formado por siete boyunos cueros, paseó su mirada por la turba, como una fiera, y retrocedió volviéndose con frecuencia y andando a paso lento. Como los canes y los pastores del campo ahuyentan del boíl a un tostado león, y, vigilando toda la noche, no le dejan llegar a los pingües bueyes; y el león, ávido de carne, acomete furioso y nada consigue, porque caen sobre él multitud de venablos arrojados por robustas manos y encendidas teas que le dan miedo, y, cuando empieza a clarear el día, se escapa la fiera con ánimo afligido; así Ayante se alejaba entonces de los troyanos, contrariado y con el corazón entristecido, porque temía mucho por las naves de los aqueos. De la suerte que un tardo asno se acerca a un campo, y venciendo la resistencia de los niños que rompen en sus espaldas muchas varas, penetra en él y destroza las crecidas mieses; los muchachos lo apalean; pero, como su fuerza es poca, sólo consiguen echarlo con trabajo, después que se ha hartado de comer; de la misma manera los animosos troyanos y sus auxiliares, reunidos en gran número, perseguían al gran Ayante, hijo de Telamón, y le golpeaban el escudo con las lanzas.