Más allá (Horacio Quiroga) Libros Clásicos

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-Sí. Hasta luego, amor mío...
Y nos separamos. Volví a casa lentamente, feliz y desahogada como si regresara de la primera cita de amor que se repetiría esa noche.
A las nueve en punto corría a la puerta de calle y recibí yo misma a mi novio. ¡Él en casa, de visita!
-¿Sabes que la sala está llena de gente?-le dije-. Pero no nos incomodarán
-Claro que no... ¿Estás tú allí?
-Sí.
-¿Muy desfigurada?
-No mucho, ¿creerás?¡Ven, vamos a ver!
Entramos en la sala. A pesar de la lividez de mis sienes, de las aletas de la nariz muy tensas y las ventanillas muy negras, mi rostro era casi el mismo que Luis esperaba ver durante horas y horas desde la esquina.
-Estás muy parecida-dijo él.
-¿Verdad?-le respondí yo, contenta. Y nos olvidamos en seguida de todo, arrullándonos.
Por ratos, sin embargo, suspendíamos nuestra conversación y mirábamos con curiosidad el entrar y salir de las gentes. En uno de esos momentos llamé la atención de Luis.
-¡Mira! -le dije-. ¿Qué pasará?
En efecto, la agitación de las gentes, muy viva desde unos minutos antes, se acentuaba con la entrada en la sala de un nuevo ataúd. Nuevas personas, no vistas aún allí, lo acompañaban.
-Soy yo-dijo Luis con ligera sorpresa-. Vienen también mis hermanas
-¡Mira, Luis!-observé yo-. Ponen nuestros cadáveres en el mismo cajón ... Como estábamos al morir.
-Como debíamos estar siempre-agregó él-. Y fijando los ojos por largo rato en el rostro excavado de dolor de sus hermanas:
-Pobres chicas...-murmuró con grave ternura. Yo me estreché a él, ganada a mi vez por el homenaje tardío, pero sangriento de expiación, que venciendo quién sabe qué dificultades, nos hacían mis padres enterrándonos juntos.
Enterrándonos... ¡Qué locura! Los amantes que se han suicidado sobre una cama de hotel, puros de cuerpo y alma, viven siempre. Nada nos ligaba a aquellos dos fríos y duros cuerpos, ya sin nombre, en que la vida se había roto de dolor. Y a pesar de todo, sin embargo, nos habían sido demasiado queridos en otra existencia para que no depusiéramos una larga mirada llena de recuerdos sobre aquellos dos cadavéricos fantasmas de un amor.
-También ellos-dijo mi amado-estarán eternamente juntos.
-Pero yo estoy contigo-murmuré yo, alzando a él mis ojos, feliz. >
Y nos olvidamos otra vez de todo.
Durante tres meses-prosiguió la voz-viví en plena dicha. Mi novio me visitaba dos veces por semana.

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