Anaconda (Horacio Quiroga) Libros Clásicos

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Como su propio coraje le hace creer que es muy temida, la nuestra se sorprendió un poco al ver que los hombres, enterados de lo que se trataba, se echaban a reír tranquilos.
-Es una Ñacaniná... Mejor; así nos limpiará la casa de ratas.
-¿Ratas?... -silbó la otra. Y como continuaba provocativa, un hombre se levantó al fin.
-Por útil que sea, no deja de ser un mal bicho... Una de estas noches la voy a encontrar buscando ratones dentro de mi cama...
Y cogiendo un palo próximo, lo lanzó contra la Ñacaniná a todo vuelo. El palo pasó silbando junto a la cabeza de la intrusa y golpeó con terrible estruendo la pared.
Hay ataque y ataque. Fuera de la selva y entre cuatro hombres, la Ñacaniná no se hallaba a gusto. Se retiró a escape, concentrando toda su energía en la cualidad que, conjuntamente con el valor, forman sus dos facultades primas: la velocidad para correr.
Perseguida por los ladridos del perro, y aun rastreada buen trecho por éste -lo que abrió nueva luz respecto a las gentes aquellas-, la culebra llegó a la caverna. Pasó por encima de Lanceolada y Atroz, y se arrolló a descansar, muerta de fatiga.
VI
-¡Por fin! -exclamaron todas, rodeando a la exploradora-. Creíamos que te ibas a quedar con tus amigos los hombres...
-¡Hum!... -murmuró Ñacaniná.
-¿Qué nuevas nos traes? -preguntó Terrífica.
-¿Debemos esperar un ataque, o no tomar en cuenta a los Hombres?
-Tal vez fuera mejor esto... Y pasar al otro lado del río repuso Ñacaniná.
-¿Qué?... ¿Cómo?... -saltaron todas-. ¿Estás loca?
-Oigan, primero. -¡Cuenta, entonces!
Y Ñacaniná contó todo lo que había visto y oído: la instalación del Instituto Seroterápico, sus planes, sus fines y la decisión de los hombres de cazar cuanta víbora hubiera en el país.
-¡Cazarnos! -saltaron Urutú Dorado, Cruzada y Lanceolada, heridas en lo más vivo de su orgullo-. ¡Matarnos, querrás decir!
-¡No! ¡Cazarlas, nada más! Encerrarlas, darles bien de comer y extraerles cada veinte días el veneno. ¿Quieren vida más dulce?
La asamblea quedó estupefacta. Ñacaniná había explicado muy bien el fin de esta recolección de veneno; pero lo que no había explicado eran los medios para llegar a obtener el suero.
¡Un suero antivenenoso! Es decir, la curación asegurada, la inmunización de hombres y animales contra la mordedura; la Familia entera condenada a perecer de hambre en plena selva natal.
-¡Exactamente! -apoyó Ñacaniná-. .No se trata sino de esto.
Para la Ñacaniná, el peligro previsto era mucho menor. ¿Qué le importaba a ella y sus hermanas las cazadoras- a ellas, que cazaban a diente limpio, a fuerza de músculos que los animales estuvieran o no inmunizados? Un solo punto obscuro veía ella, y es el excesivo parecido de una culebra con una víbora, que favorecía confusiones mortales. De ahí el interés de la culebra en suprimir el Instituto.
-Yo me ofrezco a empezar la campaña -dijo Cruzada.
-¿Tienes un plan? -preguntó ansiosa Terrífica, siempre falta de ideas.
-Ninguno. iré sencillamente mañana en la tarde a tropezar con alguien.

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