Anaconda (Horacio Quiroga) Libros Clásicos

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Anaconda y Ñacaniná tornaron a cruzar una mirada irónica, y prestaron atención.
La hostilidad bien evidente de la asamblea hacia la recién llegada tenía un cierto fundamento, que no se dejará de apreciar. La Anaconda es la reina de todas las serpientes habidas y por haber, sin exceptuar al pitón malayo. Su fuerza es extraordinaria, y no hay animal de carne y hueso capaz de resistir un abrazo suyo. Cuando comienza a dejar caer del follaje sus diez metros de cuerpo liso con grandes manchas de terciopelo negro, la selva entera se crispa y encoge.- Pero la Anaconda es demasiado fuerte para odiar a sea quien fuere -con una sola excepción-, y esta conciencia de su valor le hace conservar siempre buena amistad con el Hombre. Si a alguien detesta, es, naturalmente, a las serpientes venenosas; y de aquí la conmoción de las víboras ante la cortés Anaconda.
Anaconda no es, sin embargo, hija de la región. Vagabundeando en las aguas espumosas del Paraná había llegado hasta allí con una gran creciente, y continuaba en la región, muy contenta del país, en buena relación con todos, y en particular con la Ñacaniná, con quien había trabado viva amistad. Era, Por lo demás, aquel ejemplar una joven Anaconda que distaba aún mucho de alcanzar a los diez metros de sus felices abuelos. Pero los dos metros cincuenta que media ya valían por el doble, si se considera la fuerza de esta magnífica boa, que por divertirse al crepúsculo atraviesa el Amazonas entero con la mitad del cuerpo erguido fuera del agua.
Pero Atroz acababa de tomar la palabra ante la asamblea, ya distraída.
-Creo que podríamos comenzar ya -dijo-. Ante todo, es menester saber algo de Cruzada. Prometió estar aquí en seguida.
-Lo que prometió -intervino la Ñacaniná- es estar aquí cuando pudiera. Debemos esperarla.
-¿Pará qué? -replicó Lanceolada, sin dignarse volver la cabeza a la culebra.
-¿Cómo para qué? -exclamó ésta, irguiéndose-. Se necesita toda la estupidez de una Lanceolada para decir esto... ¡Estoy cansada ya de oír en este Congreso disparate tras disparate! ¡No parece sino que las Venenosas representan a la Familia entera! Nadie, menos ésa -señaló con la cola a Lanceolada-, ignora que precisamente de las noticias que traiga Cruzada depende nuestro plan...
¿Que para qué esperarla?... ¡Estamos frescas si las inteligencias capaces de preguntar esto dominan en este Congreso!
-No insultes -le reprochó gravemente Coatiarita.
La Ñacaniná se volvió a ella:
-¿Y a ti quién te mete en esto?
-No insultes -repitió la pequeña, dignamente. Ñacaniná consideró al pundonoroso benjamín y cambió de voz.
-Tiene razón la minúscula prima -concluyó tranquila-. Lanceolada, te pido disculpa.
-¡No es nada! -replicó con rabia la yarará.
-¡No importa!; pero vuelvo a pedirte disculpa. Felizmente, Coralina, que acechaba a la entrada de la caverna, entró silbando:
-¡Ahí viene Cruzada!
-¡Por fin! -exclamaron las congresales, alegres. Pero su alegría transformóse en estupefacción cuando, detrás de la yarará, vieron entrar a una inmensa víbora, totalmente desconocida de ellas.
Mientras Cruzada iba a tenderse al lado de Atroz, la intrusa se arrolló lenta y paulatinamente en el centro de la caverna y se mantuvo inmóvil.

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