Las aventuras de Tom Sawyer (Mark Twain) Libros Clásicos

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Poco antes de las diez llegó a un lugar despejado, frente al pueblo, y vio la barca fondeada al abrigo de los árboles y del terraplén que formaba la orilla. Todo estaba tranquilo bajo las estrellas parpadeantes. Bajó gateando por la cuesta, ojo avizor; se deslizó en el agua, dio tres o cuatro brazadas y se encaramó al bote que hacía oficio de chinchorro, a popa de la barca. Se agazapó bajo las bancadas, y allí esperó, recobrando aliento. Poco después sonó la campana cascada y una voz dio la orden de desatracar. Transcurrieron unos momentos, y el bote se puso en marcha remolcado, con la proa alzándose sobre los remolinos de la estela que dejaba la barca: el viaje había empezado, y Tom pensaba satisfecho que era la última travesía de aquella noche. Al cabo de un cuarto de hora, que parecía eterno, las ruedas se pararon, y Tom se echó por la borda del bote al agua y nadó en la oscuridad hacia la-orilla, tomando tierra unas cincuenta varas más abajo, fuera de peligro de posibles encuentros. Fue corriendo por callejas poco frecuentadas, a instantes después llegó a la valla trasera de su casa. Salvó el obstáculo y trepó hasta la ventana de la salita, donde se veía luz. Allí estaban la tía Polly, Sid, Mary y la madre de Joe Harper reunidos en conciliábulo. Estaban sentados junto a la cama, la cual se interponía entre el grupo y la puerta. Tom fue a la puerta y empezó a levantar suavemente la falleba; después empujó un poquito, y se produjo un chirrido; siguió empujando, con gran cuidado y temblando cada vez que los goznes chirriaban, hasta que vio que podría entrar de rodillas; a introduciendo primero la cabeza, siguió, poco a poco, con el resto de su persona.
-¿Por qué oscila tanto la vela? -dijo tía Polly (Tom se apresuró)-. Creo que está abierta esa puerta. Claro que sí. No acaban de pasar ahora cosas raras. Anda y ciérrala, Sid.
Tom desapareció bajo la cama en el momento preciso. Descansó un instante, respirando a sus anchas, y después se arrastró hasta casi tocar los pies de su tía.
-Pero, como iba diciendo -prosiguió ésta-, no era lo que se llama malo, sino enredador y travieso. Nada más que tarambana y atolondrado, sí, señor. No tenía más reflexión que pudiera tener un potro. Nunca lo hacía con mala idea, y no había otro de mejor corazón.

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